12.11.11

Palabras

08:00 am, la lluvia golpeaba sin cesar la ventana.

En la calle, se detenía un coche negro. De él bajaba un hombre alto, vestido con una gabardina negra y sombrero a juego. Se acercó con paso acelerado hacia la puerta de la casa, intentando escapar del bombardeo de agua que caía del cielo. Cuando entró, la tímida luz del hall de la casa le iluminó mientras se quitaba el sombrero.
Era un hombre joven, de unos treinta años, aunque sus facciones le hacían aparentar alguno más de los que tenía. De pelo castaño, nariz afilada y una gélida mirada que hacía que te hundieras en aquel mar azul que rodeaba su pupila sin que pudieras evitarlo. Echó una breve mirada a la estancia en la que se encontraba. Era una casa modesta, sin mucha ostentación y más bien falta de muebles. "Aquí debe vivir alguien solitario" pensó el hombre. Sin embargo, se equivocaba.
Aunque la casa daba la impresión de ser un lugar triste y vacío, aquella mañana era un bullicio de gente. Agentes de policía, forenses y algún que otro periodista, intentando conseguir la mejor instantánea de la mañana, iban y venían por las distintas habitaciones de la casa. Gente hablando, gritos, llamadas de teléfono y los flashes de las cámaras rompían el silencio que debía de reinar en ese momento, por respeto.
El hombre se dirigió hacia la derecha, al salón de la casa en busca de una cara conocida, pero sin embargo lo que vio allí lo dejó sin habla.
Una mujer, de unos veinte años, rubia de ojos marrones, estaba tumbada en el sofá, aparentemente dormida. Pero estaba muerta, él lo sabía. Quizás fuera su extremada palidez o la extraña postura en la que se encontraba, no estaba seguro. Pero en el ambiente se respiraba tristeza, incluso se notaba cierta humedad, causada seguramente por alguna lágrima derramada. Y no era para menos, pues la joven tenía una belleza extrema, a pesar de su fallecimiento se podía ver la luz que salía dentro de ella, una luz que ahora estaba apagada.
- Escalofriante, ¿verdad, Johnson? - le comentó un hombre mayor, de unos 50 años.
- Nunca había visto algo así, detective McCartney.
McCartney era de la "Old School" de la comisaría de Chicago. Tenía el pelo cubierto de un manto blanco de canas, no por la edad, sino debido al estrés provocado por todos los años de servicio que llevaba a la espalda. Nariz basta y barba descuidada, así era el mentor de Johnson, su modelo a seguir. Siempre solía ser optimista y llevar una sonrisa ya gastada por los años a todos lados, pero ahí, en esa habitación, ante la escena que presenciaban, el optimismo no tenía cabida. Se encontraban ante la muerte de un ángel, el robo de la vida más terrible de la hsitoria.
- ¿Qué tenemos? - preguntó Johnson, rompiendo el silencio.
- Mujer blanca, de 23 años, su nombre es Beth. Estaba terminando la carrera de Bellas Artes y trabajaba por las mañanas de camarera sirviendo desayunos.
- ¿Vivía sola?
- No, al parecer vivía con su novio creemos. Mira.
McCartney le mostró una foto. Era Beth acompañada de un chico, el cual era su novio supuso Johnson por la actitud cariñosa de la pareja. Debería tener la misma edad que la joven. Era moreno, de ojos verdes y una tímida barba que empezaba a hacer aparición.
- ¿Sabemos algo de él? -  curioseó Johnson
- Tan solo que se llama Peter. Es como si hubiera desaparecido sin dejar rastro. No hay ni facturas, ni registros, ni ningún contrato que nos pueda dar algo de información. Es todo muy extraño
Johnson se acercó al cadáver de la joven. Rozó su mejilla y aún quedaba algo de calor humano, un leve prueba de que antes había una energía en aquel cuerpo que podía hacerla sonreír. Una lágrima calló de los ojos del joven detective y fue a morir en la mano de Beth. Había visto cientos de cadáveres, pero aquello era demasiado, y no sabía por qué.
- Detective Johnson - gritó un policia -. Hemos encontrado esta nota en la nevera.
El policía le acercó un post-it y Johnson leyó lo que decía.
- "No todo es tan sencillo, perdóname Beth. Te quiere, Peter" - Johnson se quedó callado, meditando un rato y se giró hacia McCartney -. ¿Qué cojones ha pasado aquí? ¿Crees que se ha suicidado?
- No sé que pensar, detective, pero creo que tengo una teoría. Dudo que se haya suicidado, lo que ha pasado ha sido culpa de las palabras.
- ¿Palabras? ¿Qué estás diciendo, que unas sucesión de letras han matado a esta joven?
- Voy a decirte algo, Johnson. Llevo casi 30 años siendo detective, viendo asesinatos, muertes que nadie puede imaginarse. Cientos de armas capaces de aniquilar cualquier rastro de vida que haya en un ser humano. Pero nada puede matar de forma más macabra, que las palabras, un uso indebido de ellas puede destrozarte por dentro y hacerte sentir la persona más miserable del mundo, y matarte de una forma única y terrible.
- McCartney, estás loco, no puedes estar diciéndome que Beth a muerto porque su novio le dijo que no la quería, que ha muerto por desamor. Es una estupidez.
- Seguramente sea una estupidez, pero así es la vida Johnson. La gente provoca estas situaciones estúpidas, en las que una joven muere sin razón alguna, porque un chaval no quiso ser valiente.
- No me creo lo que estás diciendo, eso no tiene validez ante un jurado.
- No pienses en la ley, piensa en la vida. En lo injusta que es, en como se escapa corriendo ante nuestros ojos. Piensa en como unas simple palabras, pueden provocarte el mayor de los dolores.
- Esto es una locura, ¿qué le digo a la prensa, que murió por escuchar unas palabras?
- Puede que muriera por las palabras... o tal vez porque nunca escuchó las palabras adecuadas. A veces la ausencia hace más daño que la presencia.
Y diciendo eso, McCartney se marchó a seguir observando la escena del crimen,si podía llamarse así, dejando al joven Johnson meditando sobre lo que acababa de oír. Palabras que matan, la ausencia de palabras arrebatando la vida de una joven estudiante de Bellas Artes. Menuda locura, pensó Johnson, mientras salía de la casa dispuesto a hablar con la prensa.
Y así quedó la habitación, con la verdad flotando en el aire, la mirada de Beth dirigida al infinito y su último pensamiento escapando de la muerte.

"Cuanto daño pueden hacer las palabras."

MFV

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