La familia
del 3ºA preparaba las luces de navidad como cada año. Se había convertido en un
entrañable ritual a cuya cita no faltaba ningún miembro de la familia.
Susana, la
más pequeña, comenzaba con sus nervios a las seis en punto de la tarde. Recorría
veintisiete veces el comedor de punta a punta, comprobaba concienzudamente que
todo estuviera en su sitio. No quería errores. Tenía un historial impecable
pues la avalaban siete años de experiencia sin cometer ningún fallo. Todos se sabían más seguros si ella controlaba el proceso, este año volvería a ser
todo perfecto.
Alberto,
algo mayor, había cedido su puesto de vigilante a su hermana pequeña. Se
retiro en el momento oportuno para dejar que las generaciones venideras tomaran
el relevo. Ahora se dedicaba a disfrutar un poco más de sus amigos. Bajaba
después de comer con su pelota de fútbol y disfrutaba de toda una tarde de
deporte junto a sus compañeros de barrio, los que parecía que vivían en el
parque. A veces uno sale de casa sabiendo que encontrará aquello que no está
buscando, así funcionan los niños cuando todavía sueñan despiertos. Sin embargo, Alberto sabía que cuando cayera el sol debía regresar a casa para confirmar que Susana había hecho bien su trabajo. Era consciente de la capacidad
de su hermana y aunque no era necesario que él diera el OK final, sabía que Susana se
sentía más tranquila si su hermano daba el visto bueno.
Y qué podemos decir de Carlos, el cual estaba en el extranjero buscando su felicidad. Era el único que faltaba este año al espectáculo de luces, su primera vez.
Pedro y
Carmen estaban orgullosos de sus hijos. Antes de que naciera Carlos, el miedo
les invadía. ¿Cómo iban a criar a sus hijos? ¿Serían suficientes sus trabajos
para mantenerlos? ¿A qué colegio les llevarían? ¿Sabrían educarlos bien? Y un sinfín
de preguntas que se fueron resolviendo a medida que los hijos iba creciendo. Ahora miraban desde el umbral del salón cómo
Susana y Alberto terminaban con los preparativos.
Se acercaron
todos a la ventana desnuda de cortinas y se fundieron en un abrazo. Al mismo tiempo agonizaba la luz del iluso camping gas que intentó iluminar las vidas de aquella casa. Y así, la familia del 3ºA disfrutó de las
luces de navidad que su compañía eléctrica mantenía en las calles y en los
comercios. La misma compañía que les había sumido en la más profunda oscuridad.