23.4.13

Nace la historia

Era una noche calurosa de julio, como otra cualquiera, solo que no lo era. La joven pareja caminaba por la carretera, cogidos de la mano y balanceando sus brazos de manera alegre. Se miraban y sonreían, dejaban de mirarse y seguían sonriendo. Eran felices. Estaban juntos y enamorados, ¿qué más se puede pedir?
Caminaban lentamente, acercándose a la cabina de aduanas que ya se encontraba a poca distancia de ellos. Cuando llegaron, el joven sacó un llavero y escogió la llave adecuada para abrir la puerta. Invitó a su compañera a entrar primero y él la siguió, cerrando tras de sí la puerta. El chico encendió la radio y comenzó a sonar una balada romántica obligando a la pareja a bailar.
- Alois, que vergüenza -dijo la chica.
-Nadie nos ve Klara, disfruta.
Y comenzaron a bailar lentamente, al ritmo de la música. Ella lo miraba y él acompañaba su mirada, mientras la agarraba de la cintura para que no se escapara. Alois la besó, apasionadamente como el corazón le dictaba, y sus lenguas se fundieron mientras una melodía armonizaba tan tierna imagen. El beso fue el comienzo de esta historia, un beso al que Alois añadió más pasión, algo que Klara no rechazó. El calor se notaba en el escaso aire de la cabina de aduanas, y la pareja empezó a dar rienda suelta a sus sentimientos. Klara empezó a desabrochar cada unos de los botones de la camisa de Alois con una sonrisa tímida, algo que al joven le derretía por dentro, por lo que este subió la falda de Klara para privarle de su ropa más íntima y dejar vía libre su sexo. Estaban desatados, necesitaban sentirse más unidos, por lo que Klara le quitó el cinturón a su pareja, bajándole los pantalones, regalándole una mirada sincera que invitaba a Alois al acto más íntimo que dos personas enamoradas pueden llegar a hacer.

[...]

Klara estaba sentada en el porche, disfrutando de la vista que la Luna le brindaba. Movía lentamente la mecedora acariciando suavemente su barriga, ligeramente aumentada de tamaño, mientras recitaba una antigua nana alemana que le cantaba su abuela cuando ella era pequeña.
Habían pasado 5 meses desde aquel furtivo encuentro en la cabina de Alois, y ese encuentro había dado sus frutos. Un fruto en forma de bebé, de esperanza. La familia de Klara nunca se había preocupado por ella demasiado, hasta el momento en el que les anunció el feliz embarazo, desde entonces todo eran cuidados y facilidades. Sus padres le habían obligado a que se fueran a vivir tanto ella como Alois con ellos, a su casa del lago, al menos hasta que encontraran una casa donde vivir y un trabajo para subsistir.
A Klara le preocupaba que la relación de sus padres con su marido no fuera buena, ya que al principio no hacían otra cosa que describir a Alois como un "cerdo que la había preñado y quería abandonarla". Pero afortunadamente, la relación ahora mismo entre ellos era mejor que nunca, incluso ahora mismo Alois trabajaba en la imprenta de su suegro. Todo le sonreía y ella le sonreía a todo, era feliz.
Oyó como se abría la puerta de la casa y unos brazos le rodeaban, abrazándola y acariciando la barriga junto a ella. Era una forma de hablar con su futuro hijo o hija, de decirle que cuando saliera, ellos estarían ahí para cuidar de él. Alois la besó en la frente y se sentó en la mecedora que estaba en frente, resoplando después de una larga jornada de trabajo.
-¿Cómo ha ido en la imprenta? - preguntó Klara sin dejar de acariciar su barriga.
- Bien bien, trabajamos mucho, sobre todo con periódicos. Al parecer hay rumores de que va a comenzar una gran guerra...
- No quiero hablar de eso ahora, solo quiero que nuestro pequeño crezca en paz, aislado de problemas.
- Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para que nuestro hijo sea feliz. De verdad Klara, va a salir todo bien.
Por eso se había casado con Alois, pensó Klara, por su sorprendente facilidad para tranquilizarla hasta en la peor de las situaciones. Ya podría estar el mundo derrumbándose a sus pies, que Alois la convencería de que dejarse caer era la mejor solución posible.
Se levantó con dificultades debido al embarazo y besó a su marido como si fuera el último beso de sus vidas, igual que todos los besos desde que se habían conocido.

[...]

20 de abril, amanece en Braunau am Inn. Alois lleva ya varias horas esperando en aquella precaria sala dónde había perdido la noción del tiempo. Estaba desesperado, ninguna matrona le decía nada de su mujer, de cómo iba el parto, si había nacido ya el niño o la niña, necesitaba respuestas pero todo el mundo le decía que esperara pues en cuanto hubiera noticias sería el primero en saberlo.
Iba a ser padre, nunca lo hubiera imaginado. Hacía tan sólo dos años que conocía a Klara pero nunca había sentido algo así por nadie y ese sentimiento ha sido el culpable de que ahora estuviera esperando el nacimiento de su futuro hijo o hija. Pero no se arrepentía de ninguna de las decisiones que había tomado en esos dos años. Todo había salido perfecto, estaba trabajando en la imprenta de su suegro y ganaba un sueldo digno para permitirse pagar una casa y una vida decente, la que quería dar a su familia. Sentía un poco de pánico por el futuro incierto que se acercaba desde el horizonte, pero sabía que con Klara a su lado no existía problema alguno que no tuviera solución.
Estaba sumergido en sus plantes de futuro, en su propia felicidad, que no se dio cuenta de que la matrona que recibió a su mujer se estaba acercando para avisarle de que ya podía ver a Klara. El trayecto desde la sala de espera a la habitación donde tenían a Klara, Alois lo realizó por inercia pues no fue consciente de que sus piernas se estaban moviendo, pero llegó junto a su mujer siguiendo a la matrona por los pasillos del edificio.
Allí estaba Klara con su bebé, con el pelo despeinado y la ropa empapada de sudor, pero estaba más hermosa que nunca. La quería, probablemente nunca la volvería a querer tanto como en aquel momento, pero Alois haría todo lo posible por demostrarle que lo era todo en su vida. Se acercó lentamente a la cama, con un miedo estúpido de hacer algo que pudiera perturbar la tranquilidad que se respiraba en la habitación. Acarició a su mujer la mejilla mientras la besaba. Ella le sonrió y alzó un poco al bebé, que estaba ya dormido después de tanto esfuerzo.
- Di hola a tu papá.
Alois cogió a su hijo con cuidado para que su mujer descansara un poco. Allí estaba, sangre de su sangre, su propio hijo fruto de un amor inmenso. Estaba tranquilo y dormido, ajeno a los problemas que pudieran ocurrir en el mundo del que ya formaba parte y su padre tan solo deseo que aquella sensación permaneciera intacta a lo largo de su vida.
- Bienvenido al mundo Adolf Hitler. Tienes por delante una aventura maravillosa que vivir. Te quiero hijo - Alois besó la frente de su hijo y se lo devolvió a su mujer mientras se abrazaban como una familia ingenua pero feliz, aquella mañana del 20 de abril de 1889.

MFV

19.4.13

Lo de siempre.

- ¡Buenos días, Juan!
Juan levantó la mirada de la barra del bar sin soltar la bayeta  pues su jefe andaba cerca y no quería recibir otra reprimenda por vaguear. Vio a Diego en la puerta del bar saludando con la mano mientras esquivaba con cierta habilidad la fregona para ir a sentarse en un taburete frente a él.
Antes de que le saludara, Juan ya sabía quién era el nuevo cliente. Diego llevaba apareciendo cada primer sábado del mes desde hacía dos años, exactamente a las 12:27 de la mañana. Nunca le había contado Diego por qué llegaba a esa hora con una estricta puntualidad digna de tratamiento. Pero no le importaba a Juan ya que él esperaba ansioso durante treinta interminables días a que llegara el primer sábado del mes, y con él la visita de su cliente favorito. No sabía quién era, ni si tenía familia o amigos fuera de aquel local de mala muerte, ni siquiera si trabajaba o si tenía pareja.
Pero tampoco quería saber más cosas de él, sabía lo justo y necesario: que era una persona única.
- Buenos días, Diego. Ya pensaba yo que no llegarías a tiempo.
- A las 12:27 amigo, como un clavo - sonrió Diego mientras hacía ritmos con las mano -. ¿Cómo estás?
- Limpiando, como cada sábado, deberías saberlo - contestó Juan mientras terminaba de pasar la bayeta por la barra.
- ¿Acaso dudas de mi memoria? Ya sabes que es cortesía preguntar y yo soy una persona muy cortés.
- Jaja, de eso no tengo ninguna duda - Juan dejó la bayeta y se apoyó en el grifo de cerveza -. ¿Tú cómo estás?
- Estupendamente, igual que hace un mes e igual que dentro de un mes. Ya me conoces.
La verdad es que no, pensó Juan. Si reflexionaba fríamente, no conocía nada de aquel hombre, pero de una manera extraña, lo consideraba uno de sus mejores amigos. Y le gustaba pensar que ese sentimiento era recíproco, pues tenía la sensación de que Diego se mostraba tal y como era por dentro en aquel íntimo contrato que se establecía entre barman y cliente, un contrato que parecía que iba a ser vitalicio.
- Ya sabes que no te conozco, Diego. Pero está bien así.
- Oh, que equivocado estás amigo - exclamó Diego con una sonrisa - me conoces mejor que nadie que habite este pequeño mundo en el que vivimos. Conoces mi mente y mi forma de pensar y eso es lo que soy.
- Tendré que aceptar que te conozco en ese caso - rió Juan porque la misma conversación se repetía cada treinta días, y deseaba que nunca cambiara -. Bueno, cuéntame qué va a ser hoy Diego.
- Llegué ayer del Amazonas, una aventura impresionante la verdad. Pero no te voy a aburrir con banalidades, hoy quiero hablar contigo de un tema crucial.
- Vaya, vienes motivado esta mañana. ¿De qué se trata? - preguntó curioso el barman.
Diego miró a un lado y a otro, como si sintiera que estaban siendo espiados, pero el bar de Juan no era muy concurrido que digamos, así que ese pequeño gesto le hacía mucha gracia. Fingió junto a su amigo que estaban siendo escuchados, paseando la mirada por todo el bar en busca de un espía. Cuando Diego decidió que estaban fuera de peligro, se fue inclinando lentamente hacia la oreja de Juan.
- Hoy vamos a hablar de la rutina.
- Un gran tema, sin duda - dijo Juan mientras reía pues Diego siempre exageraba los gestos para darle a entender que la conversación iba a resolver las grandes dudas del ser humano -. ¿Qué te ha pasado?
- Viniendo hacia aquí, he pasado por delante de una frutería y he escuchado cómo un cliente le pedía al tendero que le pusiera "lo de siempre". ¿Te lo puedes creer?
- ¿Qué hay de malo en pedir lo de siempre? - preguntó incrédulo Juan ante la curiosa historia.
- Lo de siempre es horrible. Vivimos en una sociedad que nos condena a la rutina, a ritos que se repiten cíclicamente y no nos dejan escapar hacia la espontaneidad. Al pedir lo de siempre, estás aceptando que no quieres cambiar, que quieres permanecer en un estado constante de costumbres y actos que no hagan variar el normal transcurso de tu vida. Eso es muy aburrido.
- Sin embargo, el ser humano desde que se hizo sedentario, ha necesitado de rutina para establecerse en un sitio durante la cantidad de tiempo suficiente como para formar una familia y una vida. Creo que es imposible que no haya rutina en nuestras vidas.
- El sedentarismo es de las peores cosas que le han ocurrido al ser humano, junto a la creación de la moneda - afirmó Diego -. Estamos de acuerdo en que para establecer una familia necesitas permanecer en un mismo sitio, pero no para tener una vida. ¿Piensas que yo no tengo una vida?
- No he querido decir eso - contestó avergonzado Juan -. Pero quizás para lo que la mayoría de la gente entiende por vida, es decir, tener una familia, un trabajo y envejecer junto a la gente que quieres, necesitas una rutina.
- Coincido contigo - admitió Diego -, sin embargo ese concepto de vida no es el que tengo yo. Ten en cuenta que el trabajo esclaviza, un número de horas metido en una oficina o realizando la misma función durante demasiados años para poder cobrar una miseria de pensión, no me parece una buena forma de vivir. La familia, a medida que envejeces, se va olvidando de ti salvo que tengas la suerte de encontrar una pareja que permanezca contigo hasta el final de tus días, lo cual no es normal hoy en día. Y qué decirte amigo de la gente que quieres... tan fugaces como un parpadeo.
- ¿Acaso no tienes familia o gente que quieres? - preguntó con cierto temor Juan, ya que nunca se había adentrado en la vida de Diego.
- Claro que tengo familia y gente a la que quiero.
- Sin embargo, no te consideras una persona sedentaria.
- Para nada - sonrió curioso Diego, intentando adivinar las intenciones de su compañero.
- Entonces no entiendo qué relación tienes con ellos.
- Jaja, tengo la relación que considero adecuada. Yo siempre estoy yendo de un lado a otro, pero eso no quiere decir que no eche de menos a las personas que me importan. Es en esos momentos de nostalgia en los que visito a mi familia o a mis verdaderos amigos, pero no permito que la rutina domine mi vida.
- ¿Y trabajas?
- Sí trabajo. No estoy a favor del capitalismo, pero soy una persona que no va a cambiar nada en ochenta años de existencia, así que de alguna forma tengo que traicionar mis ideales para poder vivir como lo hago. Siento defraudarte, sé que pensabas que era una persona íntegra.
- Tranquilo, seguiré dejándote entrar en mi bar - rió Juan -. Sin embargo, yo vivo una rutina constante dentro de este bar, pero cada día viene gente nueva con la que hablo, lo cual maquilla mi rutina con algo de novedad. Creo que lo bueno es poder mezclar ambas cosas.
- Juan, querido amigo. Yo te quiero mucho, pero te estás perdiendo el mundo que hay ahí fuera. ¿No te das cuenta de la cantidad de personas que viven detrás de la luz de una ventana? Imagina que en esa luz se encuentra la mujer de tus sueños.
- Yo ya estoy casado con la mujer de mis sueños - le cortó Juan.
- Eso nunca lo sabrás hasta que conozcas a todas las mujeres del mundo y puedas comparar.
- Sabes que eso es imposible.
- Pero para poder decir que es imposible, tienes que intentarlo. La vida empieza fuera de este bar y es maravillosa.
- Mi vida ya es maravillosa. Pero si tan enemigo eres de las costumbres y la rutina, ¿cómo es que vienes a este bar, a la misma hora, cada primer sábado de mes?
- Querido barman, ya te he dicho que hay momentos en los que necesito ver a la gente que quiero. Y contigo ese momento ocurre el primer sábado de mes a las 12:27.
¡Cuánto había echado de menos a Diego! Después de estas conversaciones se tiraba toda la mañana atontado en el bar, pensando sobre su existencia, para llegar cada primer sábado de mes a la misma conclusión: si existía la resurrección, en otra vida querría ser como Diego, su gran amigo desconocido.
- Espero que reflexiones sobre la rutina esta mañana, dentro de un mes te pediré los deberes - dijo Diego mientras soltaba una carcajada.
- Sabes que siempre cumplo con mis obligaciones - rió Juan -. ¿Qué vas a tomar esta vez, Diego?
- Lo de siempre - contestó con una sonrisa el gran desconocido mientras se levantaba para ir al baño.
Juan rió como cada primer sábado de mes  y se fue a la cocina para preparar a Diego lo de siempre: un cocktail diferente al del mes pasado y distinto al que probaría el próximo mes.

MFV