9.11.11

The Last Song

Todo comenzó con el silencio, y resultó ser el círculo del eterno retorno, pues ahí se encontraba de nuevo. Solo, gritando al vacío, intentando escuchar, pero tan solo recibía respuestas del silencio.
Un silencio que había sido padre y mentor durante gran parte de su vida, como un abrazo vacío que le tenía preso, una cárcel invisible, una cueva para una luz que nunca había visto pero que sabía como era. Sabía como era por lo que había leído, lo que le habían dicho, pero sobre todo, la figura que tenía en mente provenía de los más profundo de su imaginación.
Fue esa imaginación, esa imagen que al final resultó ser una burda imitación de la original, la que le dio la vida, una razón para atravesar cada día el corredor de una muerte gris, sin sentido. Un corredor que cruzaba todas las mañanas sin pena ni gloria, y al que regresaba todas las noches de cada una de esas mañanas, siempre un poquito más desdichado que a la ida. Odiaba aquel corredor, más desde que aprendió a imaginar, pues su vida se resumía en eso: un pasillo que no acababa, interminable, y que cuando parecía que llegaba a su fin, un destino que para él siempre había sido injusto, le obligaba a repetir cada unos de los pasos que había realizado.
Estaba cansado de aquel corredor, hasta que un día decidió que quería saber lo que había al final del pasillo. Corrió, corrió y siguió corriendo, hasta que veía como la salida se iba haciendo cada vez más grande, y creyó ver que se dibujaba el rostro de una figura que le esperaba, cuya boca se ensanchaba dispuesto a salvarlo de la monotonía gris. Pero cuando llegó al final, a lo que parecía la salvación de una rutina soporífera, la figura que creyó ver se esfumó y se encontró con algo peor que el silencio tal vez: la nada. 
Una nada infinita, una ausencia del todo que rodeaba cada molécula que componía su realidad, su existencia. Una caída sin fondo en la que la gravedad no hacía presencia, pues él sabía que no estaba cayendo y quizás eso era lo peor, saber que estaba en medio de una caída, entre el infierno y el cielo, sin saber que hacer para avanzar, sin importar el destino. Pues llegado a ese punto, todo daba igual, cualquier motivo para seguir luchando le hacía reír y cerrar los ojos, intentando no ver en que se había convertido su vida. Había pasado del abrazo de unas paredes deseando juntarse a una estado intermedio entre la más completa felicidad y la peor de las desdichas. 

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Y fue en ese momento de desolación, cuando sus oídos fueron tocados. Una ligera brisa acarició la curva superior de su oreja, inundando todo su sistema auditivo desde el oído externo al interno, llenando todo su cerebro de mareas de felicidad. Mareas que trasladaron una corriente eléctrica, desde el rincón más oculto de su cerebro, hasta la última fibra de sus antes temblorosos pies, que comenzaron a sentir por primera vez la gravilla del camino que seguía, un camino que por fin le llevaba a alguna parte. La chispa despertó cada parte de su cuerpo que siempre le había parecido que estaba dormida. Sus brazos se llenaron de fuerza y sus ojos se tornaron azules, respirando vitalidad. Y por fin, la descarga alcanzó sus labios, rodeándolos de una electricidad que los despertó tras un eterno sueño, sonriendo por primera vez a la vida. 
Todas estas sensaciones y sentimientos que salieron a la superficie, venían acompañados de una melodía que intensificaba cada una de las emociones y hacía vibrar sus células intentando liberarlas de una cárcel invisible que no podía tocar ni ver, pero que siempre había sentido.
Y fue disfrutando cada segundo de felicidad que la vida le daba, una sensación que por justicia tenía que haber sentido desde su primer llanto. Y ahí estaba, por fin, después de vivir una derrota continua, estaba ganando la lucha. Se encontraba en el séptimo cielo, lo que antes era una caída se había convertido en la cima de una montaña de la que no quería bajar.
Pero él sabía de ciencia, y descubrió el poder de una caprichosa gravedad que lo hizo caer en el momento en el que la melodía terminó. Y si antes estuvo en un lugar intermedio entre la tristeza y la felicidad, ahora la caída fue más dura y supo que siempre estaría cayendo sumido en la tristeza, pues aquello que tanto añoró, el sonido de una voz, de unos instrumentos, se terminaría para siempre y le dejarían solo. Sollozando estaba y al borde de la locura, pero sin embargo, el intervalo de silencio fue interrumpido por la misma melodía, y también descubrió que la corriente eléctrica no había abandonado su cuerpo, sino que cada vez era más intensa.
Sin embargo, él seguía cayendo, destino desolación. Pero ahora no estaba solo, la Música, la única cosa persona que nunca había conocido, era su compañera. Y su vida fue una caída eterna con melodía de fondo, descubriendo por fin qué era la vida.

MFV

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