Cuando se durmió, el horror todavía estaba allí. El hambre seguía
siendo el único alimento que llenaba los estómagos de números recogidos en las
estadísticas. Las nubes que sobrevolaban los mares continuaban observando
pequeños islotes a la deriva donde antes había una embarcación de madera, en la
proa una bandera color esperanza y en la popa un motor cargado de miedo. Cientos
de gaviotas de acero transportaban a la muerte envuelta en una sábana tejida por
defensores de la paz y la justicia, y la dejaban caer al vacío para poblar la
tierra de árboles de fuego y humo. La inhumanidad se disfrazaba de casquillo y jugaba a ver quién podía ir más rápido y
llegar más lejos. Desfiles de corbatas y descapotables avanzaban por las calles
ante la atenta mirada de vasos de plástico convertidos en improvisadas huchas,
llenas con los ahorros de toda una hora. Cada golpe de aguja de los relojes emitía
un sonido que indicaba que no solo los segundos mueren a lo largo del día.
Pero cuando despertó, la televisión estaba apagada y el
mundo en silencio. Sonrió.