"Oh, amor. Siempre nos advirtieron nuestro padres del peligro
de enamorarnos, de los riesgos que podíamos correr si entregábamos nuestros
corazones a lo desconocido.
Recuerdo aquellas noches
conversando con mi padre de la nada, pero que tarde o temprano empezaban a
derivar en el todo que simboliza el amor y era en ese momento en el que mi
padre me miraba con tristeza, y hasta con cierta picardía diría yo, mientras ladeaba
el dedo índice, colocando un invisible muro entre la felicidad y yo.
Y así viví, amada mía,
durante ni se sabe cuántos días, meses, años o vidas, en un estado de profundo
letargo, acomodado en un sofá de ignorancia y anhedonia del que yo mismo no
quería levantarme, pues era completamente inconsciente de mi situación. Pasaban
los segundos a mi lado, pero yo no quería adelantarme al futuro incierto que se
esconde tras las manecillas de reloj. Tenía miedo, querida, muchísimo miedo.
¡Que horrible sensación!
Una pequeña pero constante descarga eléctrica que apagaba toda conexión
nerviosa de mi cuerpo, dejándome a la altura de la más aburrida piedra, quizás
ni eso pues ella al menos es libre de dejarse llevar por la tempestad y viajar
a tierras lejanas, tierras que yo sentía al alcance de mi mano.
Pero mi mano nunca se
movía, apoyada débil y moribunda en mi cómodo sofá, huérfano yo de
sentimientos, de vida y, lo peor de todo, de muerte. Pues yo no estaba muerto,
cielo mío, pero tampoco estaba vivo. Estaba, y eso era todo, mi único cometido
en la vida era estar, ni ser ni parecer.
Así estuve, como una
estatua de mármol, aunque yo nunca tuve un padre que me moldeara y me expusiera
ante los curiosos ojos de los visitantes de cualquier museo, pues yo con tal de
ser un cualquiera hubiera sido feliz. Pero no era aquello lo que el destino me
tenía preparado.
Fue en ese momento de
terrible angustia, vacío ya de toda esperanza, cuando tú me tocaste. No fue
algo burdo e incómodo, sino que fue un roce sutil el que despertó algo en mí,
algo que estaba dormido mas yo imaginé muerto. No sabría describir lo que sentí
en aquel instante, tesoro, fue como si me mudara de aquel horrible sofá para
tumbarme en una cama y me cubrieras con tus manos, con tu frágil cuerpo
mientras tus labios adormecían mi trastornada mente, calmada por la melodía que
producía el viento susurrando en tu melena. Y tus ojos, esos ojos que eran
reflejos de mi alma, una réplica fiel del satélite que gobierna el mar a su
antojo, hasta me atrevería decir que una versión mejorada del mismo.
Desgraciadamente, sigo sin
saber explicarte lo que sentí, pues siento que cualquier descripción no alcanza
la felicidad con la que iluminaste mi vida, una luz que sigue guiando mis
pasos. Pero cuando nos tocaba dejarnos llevar y alejar el miedo de nuestros
corazones, me vino a la mente aquella mirada de mi padre, triste y pícara,
advirtiéndome de que si saltaba, no habría vuelta atrás.
Fue esta mirada al pasado
lo que hizo que saltara a un futuro vacío, pero a tu lado. Y así caímos por la
oscuridad, como caen dos copos de nieve en un salto suicida desde el cielo
hasta un mar blanco de semejantes, pero cada copo único y diferente al resto.
Pues eso éramos tú y yo, dos copos distintos que en lugar de rodar ladera
abajo, fuimos contracorriente pues ambos queríamos la cima.
En esa cima nos fundimos
en uno, ¡tanto tiempo deseando este momento desde aquel furtivo roce! Pero ya
había llegado, el sofá de anhedonia desaparecía de mi vida poco a poco y empecé
a notar la energía fluir por mi diminuto cuerpo. Sin embargo, esta energía
sobrepasaba lo imaginable y comencé sentir miedo, un miedo que paralizaba mis
sentidos y me impedía reaccionar.
Iba a morir, lo sabía.
Pero me besaste, fue mi primer beso. La energía se transmitió de mi cuerpo al
tuyo y de tu mirada a mi corazón, mientras aumentaba considerablemente. Ya no
tenía miedo, tú estabas a mi lado en esa explosión que estábamos provocando y
para mí era suficiente, irónicamente me sentía más seguro que nunca. Y más vivo
que nunca.
Vi a mi padre mover el
dedo inquisitivamente a lo lejos. Le miré con una sonrisa y asentí con la
cabeza desafiándole, y te besé. Fue en ese momento en el que la energía se
escapó de nuestros cuerpos y quedó flotando en el aire, llegando a todos los
rincones de un mundo que nos venía grande pero del que ya nunca podríamos
escapar. Ni queríamos.
Esto, amada mía, es lo que
algunos seres superiores denominan "Fenómeno de aniquilación": dos
partículas complementarias e inconscientes que se enamoran peligrosamente el
uno del otro, fundiéndose en una explosión de dolor, energía y felicidad."