14.4.14

Las lágrimas de Éibar

Los seres humanos seguimos sin haber descubierto una máquina para viajar en el tiempo, pero aún así seguimos haciéndolo día tras día. Esta mañana, sin ir más lejos, he viajado en el tiempo, pero habrá más viajes seguramente. En los últimos años, se había convertido en una práctica habitual entre la gente de mi generación.

Hay muchas maneras de viajar en el tiempo: soñando, viendo una fotografía o un vídeo antiguo, visionando documentales sobre épocas que uno ha vivido y diversas formas más de volver a un tiempo pasado. Yo pensaba que había probado todas las maneras posibles de viajar a un tiempo ya vivido, pero hoy he estrenado un nuevo medio de transporte: la lágrima.

La lágrima es provocada por cierto tipo de situaciones que generan una emoción dentro de nosotros y creo que es el recuerdo de esas emociones vividas lo que me ha ayudado a viajar hoy en el tiempo, concretamente a transportarme 83 años, al mes de abril del año 1931.

Recuerdo aquella madrugada como si fuera ayer, de hecho como si fuera ahora mismo. Toda la ciudad estaba nerviosa por los resultados electorales de hacía dos días, en los que habíamos ganado aquellos que nos considerábamos republicanos. Es cierto que no había sido una victoria aplastante, pero habíamos conseguido resultados favorables en varias capitales de provincia y se respiraba una sensación de cambio en el ambiente.

En los bares no se hablaba de otra cosa, los habitantes de la ciudad estaban más que contentos con los resultados pero había cierta intranquilidad también. Nadie estaba seguro de que se fuera a proclamar la segunda república en España, una duda lógica. La monarquía no era proclive a ceder su poder sin más, y menos tras unas elecciones democráticas que nunca habían sido del agrado de los monarcas a lo largo de la historia. Pero estas elecciones municipales eran diferentes. Una parte de la sociedad ya estaba harta del sistema político que regía sus vidas y había visto en estas elecciones, el momento ideal para plasmar su descontento e iniciar el cambio de ruta en la política de España.

Sin embargo, habían pasado ya 24 horas desde que se conocieron los resultados de las elecciones y nada había cambiado. Había rumores y noticias filtradas de que el rey Alfonso XIII iba a abandonar el país ante la victoria republicana en varias capitales de provincia, a pesar de haber en total más concejales monárquicos gracias al caciquismo de las áreas rurales. A medida que el día posterior a las elecciones avanzaba y llegaba a su fin, la ilusión y la esperanza de los republicanos fue desmoronándose dando paso a la resignación. Todos éramos conscientes la noche del 13 de abril de que quizás nada fuera a cambiar.

En aquellos días, yo formaba parte de una asociación de jóvenes republicanos de mi ciudad. La madrugada del día 13 al 14 nos escapamos de nuestras casas para acudir al bar donde nos solíamos reunir cada semana. El dueño del bar, Julián, era también republicano y nos cedía su local una noche a la semana, noche que aprovechábamos para debatir sobre la situación socio-política española. Aquella noche, Julián había decidido convocar una reunión de emergencia porque tenía una noticia que quería compartir con nosotros.

Recuerdo que todos llegamos con nerviosismo y expectación al bar. No sabíamos qué nos iba a contar Julián, si la noticia supondría una alegría en nuestras vidas o un jarro de agua fría sobre nuestra esperanza. Allí estábamos los dieciséis amigos de toda la vida, en la puerta del bar, esperando a Julián, que tardó un poco más en venir. Llegó sudando y rápidamente abrió el bar y nos mandó tomar asiento. Se le veía visiblemente alterado, pero creo que yo fui el único que vio un atisbo de alegría en sus ojos.

Contó la noticia sin hacernos esperar más. Su sobrino Mateo Careaga, concejal de Acción Republicana, había sido elegido hacía dos días por los habitantes de la ciudad junto a otros dieciocho concejales más. Este le había confesado a Julián que aquella madrugada, alrededor de las seis y media, se iba a proclamar la República en Éibar y que después vendrían Valencia, Barcelona y Madrid. La noticia era más que buena, pero mis compañeros no se la terminaban de creer ya que durante 24 horas las noticias que habíamos recibido habían sido más bien desmoralizantes.

Entre decepcionados y enfadados con Julián y conmigo por nuestra inocencia, nuestros amigos republicanos abandonaron el bar. Faltaban unos minutos para la hora que el sobrino de Julián había indicado como el inicio de la segunda república. Yo, movido por una seguridad que nunca supe decir de dónde vino, busqué un trozo de cartón en el bar y escribí en él "Plaza de la República". Julián miró todo el proceso con interés y en su mirada se veía un sentimiento de gratitud profundo por haber sido el único que había confiado en su palabra.

Estábamos cerca de la hora marcada cuando llegamos a la Plaza de Alfonso XIII, en el centro de Éibar, donde se encontraba el ayuntamiento. En unos pocos minutos, en teoría, se iba a proclamar la segunda república. Julián y yo nos dimos cuenta cuando llegamos que no éramos los únicos que se habían creído la noticia, pues un centenar de convecinos se había congregado frente al ayuntamiento. Aquello nos infundió más esperanza. Pero detrás de ese sentimiento tan visible en la mirada de los que allí nos encontrábamos, había mucho miedo. Miedo de que todo fuera mentira, de que la esperanza diera paso a un vacío de ilusión que pudiera no llenarse nunca.

Se respiraba esperanza y miedo a partes iguales en Éibar a las 6:30 de la madrugada. Porque la hora llegó, y con ella la salida del sobrino de Julián al estrado del ayuntamiento con la tricolor que muchos en España llevábamos en nuestros corazones. La bandera fue izada en el balcón central del ayuntamiento y Juan de los Toyos, miembro del PSOE, dio cuenta desde él al pueblo congregado, que a partir de aquella hora los españoles estábamos viviendo en República. Todos gritamos de alegría y más tarde mis compañeros y otros habitantes republicanos de Éibar se unieron a nosotros en nuestra fiesta. Yo estaba exultante y recuerdo cómo cogí el letrero de cartón que había recogido en el bar de Julián y lo colgué tapando el letrero que llevaba grabado "Plaza de Alfonso XIII" para que ahora todos supieran que estaban en la "Plaza de la República".

Recuerdo como una lágrima cayó por mi mejilla cuando vi colgado el letrero en la plaza. El sentimiento de esperanza y la expectación por cambiar el rumbo político del país y las vidas de los españoles, las ganas de modernizarnos y vivir en un país justo e igualitario, donde se eliminarían las diferencias entre clases y todos pudiéramos tener una vida digna, la vida que todo ser humano merece tener. Todo esto formaba parte de aquella primera lágrima derramada en honor a la República.

Todas esas ideas cruzaron mi mejilla aquella madrugada del 14 de abril de 1931. Hoy, esas mismas ideas desbordaban mis ojos inundando mis mejillas. Hoy, 14 de abril de 2014, me encuentro haciendo cola en Cáritas porque mi pensión no me permite llevar una vida digna. Porque con mi pensión tengo que pagar el piso donde vivo y ayudar a mi hijo, que está en paro, para que mis nietos tengan una vida mejor que la mía. 83 años después de aquella lágrima en Éibar, mi tristeza tiene el mismo sabor a esperanza y a que algún día se conseguirán los objetivos que aquella República perseguía. Pero hoy, saboreando mis lágrimas mientras espero unos alimentos que no puedo pagar, solo una pregunta recorre mi cabeza: ¿por qué?

MFV

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