19.4.13

Lo de siempre.

- ¡Buenos días, Juan!
Juan levantó la mirada de la barra del bar sin soltar la bayeta  pues su jefe andaba cerca y no quería recibir otra reprimenda por vaguear. Vio a Diego en la puerta del bar saludando con la mano mientras esquivaba con cierta habilidad la fregona para ir a sentarse en un taburete frente a él.
Antes de que le saludara, Juan ya sabía quién era el nuevo cliente. Diego llevaba apareciendo cada primer sábado del mes desde hacía dos años, exactamente a las 12:27 de la mañana. Nunca le había contado Diego por qué llegaba a esa hora con una estricta puntualidad digna de tratamiento. Pero no le importaba a Juan ya que él esperaba ansioso durante treinta interminables días a que llegara el primer sábado del mes, y con él la visita de su cliente favorito. No sabía quién era, ni si tenía familia o amigos fuera de aquel local de mala muerte, ni siquiera si trabajaba o si tenía pareja.
Pero tampoco quería saber más cosas de él, sabía lo justo y necesario: que era una persona única.
- Buenos días, Diego. Ya pensaba yo que no llegarías a tiempo.
- A las 12:27 amigo, como un clavo - sonrió Diego mientras hacía ritmos con las mano -. ¿Cómo estás?
- Limpiando, como cada sábado, deberías saberlo - contestó Juan mientras terminaba de pasar la bayeta por la barra.
- ¿Acaso dudas de mi memoria? Ya sabes que es cortesía preguntar y yo soy una persona muy cortés.
- Jaja, de eso no tengo ninguna duda - Juan dejó la bayeta y se apoyó en el grifo de cerveza -. ¿Tú cómo estás?
- Estupendamente, igual que hace un mes e igual que dentro de un mes. Ya me conoces.
La verdad es que no, pensó Juan. Si reflexionaba fríamente, no conocía nada de aquel hombre, pero de una manera extraña, lo consideraba uno de sus mejores amigos. Y le gustaba pensar que ese sentimiento era recíproco, pues tenía la sensación de que Diego se mostraba tal y como era por dentro en aquel íntimo contrato que se establecía entre barman y cliente, un contrato que parecía que iba a ser vitalicio.
- Ya sabes que no te conozco, Diego. Pero está bien así.
- Oh, que equivocado estás amigo - exclamó Diego con una sonrisa - me conoces mejor que nadie que habite este pequeño mundo en el que vivimos. Conoces mi mente y mi forma de pensar y eso es lo que soy.
- Tendré que aceptar que te conozco en ese caso - rió Juan porque la misma conversación se repetía cada treinta días, y deseaba que nunca cambiara -. Bueno, cuéntame qué va a ser hoy Diego.
- Llegué ayer del Amazonas, una aventura impresionante la verdad. Pero no te voy a aburrir con banalidades, hoy quiero hablar contigo de un tema crucial.
- Vaya, vienes motivado esta mañana. ¿De qué se trata? - preguntó curioso el barman.
Diego miró a un lado y a otro, como si sintiera que estaban siendo espiados, pero el bar de Juan no era muy concurrido que digamos, así que ese pequeño gesto le hacía mucha gracia. Fingió junto a su amigo que estaban siendo escuchados, paseando la mirada por todo el bar en busca de un espía. Cuando Diego decidió que estaban fuera de peligro, se fue inclinando lentamente hacia la oreja de Juan.
- Hoy vamos a hablar de la rutina.
- Un gran tema, sin duda - dijo Juan mientras reía pues Diego siempre exageraba los gestos para darle a entender que la conversación iba a resolver las grandes dudas del ser humano -. ¿Qué te ha pasado?
- Viniendo hacia aquí, he pasado por delante de una frutería y he escuchado cómo un cliente le pedía al tendero que le pusiera "lo de siempre". ¿Te lo puedes creer?
- ¿Qué hay de malo en pedir lo de siempre? - preguntó incrédulo Juan ante la curiosa historia.
- Lo de siempre es horrible. Vivimos en una sociedad que nos condena a la rutina, a ritos que se repiten cíclicamente y no nos dejan escapar hacia la espontaneidad. Al pedir lo de siempre, estás aceptando que no quieres cambiar, que quieres permanecer en un estado constante de costumbres y actos que no hagan variar el normal transcurso de tu vida. Eso es muy aburrido.
- Sin embargo, el ser humano desde que se hizo sedentario, ha necesitado de rutina para establecerse en un sitio durante la cantidad de tiempo suficiente como para formar una familia y una vida. Creo que es imposible que no haya rutina en nuestras vidas.
- El sedentarismo es de las peores cosas que le han ocurrido al ser humano, junto a la creación de la moneda - afirmó Diego -. Estamos de acuerdo en que para establecer una familia necesitas permanecer en un mismo sitio, pero no para tener una vida. ¿Piensas que yo no tengo una vida?
- No he querido decir eso - contestó avergonzado Juan -. Pero quizás para lo que la mayoría de la gente entiende por vida, es decir, tener una familia, un trabajo y envejecer junto a la gente que quieres, necesitas una rutina.
- Coincido contigo - admitió Diego -, sin embargo ese concepto de vida no es el que tengo yo. Ten en cuenta que el trabajo esclaviza, un número de horas metido en una oficina o realizando la misma función durante demasiados años para poder cobrar una miseria de pensión, no me parece una buena forma de vivir. La familia, a medida que envejeces, se va olvidando de ti salvo que tengas la suerte de encontrar una pareja que permanezca contigo hasta el final de tus días, lo cual no es normal hoy en día. Y qué decirte amigo de la gente que quieres... tan fugaces como un parpadeo.
- ¿Acaso no tienes familia o gente que quieres? - preguntó con cierto temor Juan, ya que nunca se había adentrado en la vida de Diego.
- Claro que tengo familia y gente a la que quiero.
- Sin embargo, no te consideras una persona sedentaria.
- Para nada - sonrió curioso Diego, intentando adivinar las intenciones de su compañero.
- Entonces no entiendo qué relación tienes con ellos.
- Jaja, tengo la relación que considero adecuada. Yo siempre estoy yendo de un lado a otro, pero eso no quiere decir que no eche de menos a las personas que me importan. Es en esos momentos de nostalgia en los que visito a mi familia o a mis verdaderos amigos, pero no permito que la rutina domine mi vida.
- ¿Y trabajas?
- Sí trabajo. No estoy a favor del capitalismo, pero soy una persona que no va a cambiar nada en ochenta años de existencia, así que de alguna forma tengo que traicionar mis ideales para poder vivir como lo hago. Siento defraudarte, sé que pensabas que era una persona íntegra.
- Tranquilo, seguiré dejándote entrar en mi bar - rió Juan -. Sin embargo, yo vivo una rutina constante dentro de este bar, pero cada día viene gente nueva con la que hablo, lo cual maquilla mi rutina con algo de novedad. Creo que lo bueno es poder mezclar ambas cosas.
- Juan, querido amigo. Yo te quiero mucho, pero te estás perdiendo el mundo que hay ahí fuera. ¿No te das cuenta de la cantidad de personas que viven detrás de la luz de una ventana? Imagina que en esa luz se encuentra la mujer de tus sueños.
- Yo ya estoy casado con la mujer de mis sueños - le cortó Juan.
- Eso nunca lo sabrás hasta que conozcas a todas las mujeres del mundo y puedas comparar.
- Sabes que eso es imposible.
- Pero para poder decir que es imposible, tienes que intentarlo. La vida empieza fuera de este bar y es maravillosa.
- Mi vida ya es maravillosa. Pero si tan enemigo eres de las costumbres y la rutina, ¿cómo es que vienes a este bar, a la misma hora, cada primer sábado de mes?
- Querido barman, ya te he dicho que hay momentos en los que necesito ver a la gente que quiero. Y contigo ese momento ocurre el primer sábado de mes a las 12:27.
¡Cuánto había echado de menos a Diego! Después de estas conversaciones se tiraba toda la mañana atontado en el bar, pensando sobre su existencia, para llegar cada primer sábado de mes a la misma conclusión: si existía la resurrección, en otra vida querría ser como Diego, su gran amigo desconocido.
- Espero que reflexiones sobre la rutina esta mañana, dentro de un mes te pediré los deberes - dijo Diego mientras soltaba una carcajada.
- Sabes que siempre cumplo con mis obligaciones - rió Juan -. ¿Qué vas a tomar esta vez, Diego?
- Lo de siempre - contestó con una sonrisa el gran desconocido mientras se levantaba para ir al baño.
Juan rió como cada primer sábado de mes  y se fue a la cocina para preparar a Diego lo de siempre: un cocktail diferente al del mes pasado y distinto al que probaría el próximo mes.

MFV

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